COMPRENSIÓN DE TEXTOS 7

LO MÁS PRECIADO

[1] Hay cientos de libros sobre la Atlántida, el continente mítico que según dicen existió hace unos diez mil años en el océano Atlántico (o en otra parte). La historia viene de Platón, que lo citó como un rumor que le llegó de épocas remotas. Hay libros recientes que describen con autoridad el alto nivel tecnológico, moral y espiritual y la gran tragedia de un continente poblado que se hundió entero bajo las olas. En una trilogía titulada La ilustración del cristal, de Katrina Raphaell, los cristales de la Atlántida leen la mente, transmiten pensamientos, son depositarios de la historia antigua y modelo y fuente de las pirámides. No se ofrece nada parecido a una prueba que fundamente esas afirmaciones.

[2] Algunos libros interpretan las leyendas originales de la Atlántida como una pequeña isla en el Mediterráneo que fue destruida por una erupción volcánica, o una antigua ciudad que se deslizó dentro del golfo de Corinto después de un terremoto. Pero de ahí a la destrucción de un continente en el que había surgido una civilización técnica y mística avanzada hay una gran distancia.

[3] Lo que casi nunca encontramos –en bibliotecas públicas, escaparates de revistas o programas de televisión en horas punta– es la prueba de la extensión del suelo marino y la tectónica de placas y del trazado del fondo del océano, que muestra de modo inconfundible que no pudo haber ningún continente entre Europa y América en una escala de tiempo parecida a la propuesta.

[4] La ciencia origina una gran sensación de prodigio. La pseudociencia también. Las popularizaciones dispersas y deficientes de la ciencia dejan unos nichos ecológicos que la pseudociencia se apresura a llenar. Si se llegara a entender que cualquier afirmación de conocimiento exige las pruebas pertinentes para ser aceptada, no habría lugar para la pseudociencia. Pero, en la cultura popular, prevalece una especie de ley según la cual la mala ciencia produce buenos resultados.

[5] Los estudios sugieren que un 95% de los americanos son “analfabetos científicos”. Es la misma fracción de afroamericanos analfabetos, casi todos esclavos, justo antes de la guerra civil, cuando se aplicaban severos castigos a quien enseñara a leer a un esclavo. Es un porcentaje muy grave.

[6] Todas las generaciones se preocupan por la decadencia de los niveles educativos. Uno de los textos más antiguos de la historia humana, datado en Sumeria hace unos 4000 años, lamenta el desastre de que los jóvenes sean más ignorantes que la generación precedente. Hace 2400 años, el malhumorado Platón, en el libro VII de Las Leyes, dio su definición de analfabetismo científico.

[7] Pero las consecuencias del analfabetismo científico son mucho más peligrosas en nuestra época que en cualquier otra anterior. El peligroso y temerario que el ciudadano medio mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radiactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población. Considérense las ramificaciones sociales de la energía generada por la fisión y fusión nucleares, las supercomputadoras, las “autopistas” de datos, el aborto, el radón, las reducciones masivas de armas estratégicas, la adicción, la intromisión del gobierno en la vida de sus ciudadanos, la televisión de alta resolución, la seguridad en líneas aéreas y aeropuertos, los trasplantes de tejido fetal, los costes de la sanidad, los aditivos de alimentos, los fármacos para tratar psicomanías, depresiones o esquizofrenia, los derechos de los animales, la superconductividad, las píldoras del día siguiente, las predisposiciones antisociales presuntamente hereditarias, las estaciones espaciales, el viaje a Marte, el hallazgo de remedios para el sida y el cáncer…

[8] ¿Cómo podemos incidir en la política nacional –o incluso tomar decisiones inteligentes en nuestras propias vidas- si no podemos captar los temas subyacentes? En el momento de escribir estas páginas, el Congreso está tratando la disolución de su departamento de valoración tecnológica, la única organización con la tarea específica de asesorar a la Casa Blanca y al Senado sobre ciencia y tecnología. Su competencia e integridad a lo largo de los años ha sido ejemplar. De los quinientos treinta y cinco miembros del Congreso de Estados Unidos, por extraño que parezca a finales del siglo XX, solo el uno por ciento tiene unos antecedentes científicos significativos.

Carl Sagan (2005), “Capítulo 1: Lo más preciado”, El mundo y sus demonios. México: Planeta.

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